miércoles, 5 de septiembre de 2012

Twilight Tuesday- Hasta que mi corazón deje de latir… y quizá incluso entonces


Esta columnista con sus dos grandes pasiones: Twilight y la danza
¡Hola, Twilighters! Bienvenidos a una entrega más de éste su Twilight Tuesday.
En esta ocasión me gustaría hacer una retrospectiva bastante personal. Quizá algunos de ustedes ya se habrán enterado por medio de redes sociales, el hecho es que este domingo celebraré cuatro años como Twilighter. Fue el 9 de septiembre de 2008 a las nueve de la mañana que comencé a leer la primera página de Twilight.
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Les quiero contar esa historia. En septiembre de 2008 yo tenía trece años y acababa de entrar a segundo de secundaria. Apenas puse un pie en el salón me di cuenta de lo que pasaba: todas mis compañeras estaban locas por un libro acerca de vampiros. A cada hora, entre clases, en los recreos, lo único que escuchaba era “Edward, Edward, Edward, Jacob, Edward, Jacob, Jacob.” Yo siempre he sido una lectora asidua, y precisamente durante el verano había leído Interview With The Vampire, de Anne Rice, y me había enamorado. Pensaba que no había libro de vampiros que pudiera compararse con él (por supuesto, aún no había leído Drácula) y por lo tanto no prestaba demasiada atención a los chillidos de niñas con las que nunca me he llevado íntimamente. Es más, tanto ellas como el librito del que tanto hablaban me irritaban a más no poder. Finalmente, el 9 de septiembre antes mencionado, me decidí a investigar qué tanto le veían al tal Edward. Yo no tenía los libros, así que le pedí el primero a una de las niñas del salón, Sofía, y sin que ninguna de las dos supiera realmente lo que eso significaría ella me prestó su libro. El 11 de septiembre se lo devolví, rogándole que me prestara el segundo pues ya había terminado el anterior. Yo no lo sabía, pero me había convertido en Twilighter.
Leí los dos primeros en español, luego el tercero en español e inglés, y ahí me di cuenta de lo aberrante de la traducción, así que releí Twilight y New Moon, ahora en inglés. Todos me fueron prestados por otras chicas, ya que mi madre se negaba rotundamente a comprármelos. No sé cómo, pero finalmente accedió a comprarme Breaking Dawn. Terminé la Saga en octubre; esta demora fue por el tiempo que tardaba en conseguir los libros prestados y en lo que compré el cuarto, pero lo que verdaderamente tardé en leer los cuatro libros fue diez días. Como seguramente les pasó a ustedes, no podía dejarlos. Esos fueron meses difíciles, ya que cada vez que quería releer alguno tenía que pedirlo a alguien más, ver si estaba disponible, si no estaba esperar… en fin.
Afortunadamente en diciembre de 2008 pude ir a Nueva York. Yo tenía muy claro que jamás compraría la Saga en español para no dar pie a la traducción apabullante que difunde Alfaguara, de manera que la Gran Manzana se convirtió en mi oportunidad de oro. Compré los tres libros que me faltaban y aproveché para cortarme el cabello como Alice. Debo aclarar que en ese entonces mi cabello llegaba más allá de la cintura, así que hacerme el corte pixie de Alice fue un gran paso para mí, muy duro pero del que no me arrepiento y que volvería a hacer mil veces por amor a ella. Y es que no está de más mencionar que por esa época yo era inmensamente fea. Usaba frenos, anteojos, tenía un estilo extremadamente tomboy y, para colmo, era gorda. Todos pasamos por una crisis similar en estos años adolescentes, pero en mi caso era aguda. Me sentía mal conmigo misma pero no encontraba ninguna motivación o manera de salir de todo eso.
La ayuda que tanto necesitaba me la proporcionó Twilight, específicamente Alice. La anécdota es peculiar: acababa de tener una discusión en casa por vestirme como varón aunque fuera una niña (palabras de mi madre), y me paré frente al espejo, tratando de encontrar exactamente qué estaba mal. Y fue entonces cuando me pregunté “¿Qué pensaría Alice si me viera en este momento?” Puede sonar tonto, pero ese momento fue crucial para mí. Poco tiempo después logré deshacerme de los frenos, comencé a utilizar lentes de contacto, me arreglé el cabello en Nueva York, compré ropa nueva y bajé de peso. Fue una renovación total, y para cuando cumplí catorce años era otra.

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